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sábado, 30 de julio de 2011

Sharon, la hechicera del tiempo


La bruja se estremeció mientras Malevolyn desaparecía tras la entrada de la tienda. Últimamente su inestabilidad había ido en aumento, en especial cuanto más tiempo llevaba el antiguo yelmo. En una ocasión, incluso le había descubierto hablando como si fuese el Caudillo de la Sangre en persona. Galeona sabía que el yelmo --y posiblemente toda la armadura-- contenía alguna fuerza mágica misteriosa, pero hasta el momento no había sido capaz de identificarla o controlarla.
Si pudiese controlarla... ya no necesitaría a su amante. Una lástima, en algunos sentidos, pero siempre habría otros machos. Otros machos más maleables.
Una voz rompió el silencio, una voz rasposa y profunda que a la bruja le recordaba en alguna medida al zumbido de un millar de moscas agonizantes.
--La paciencia es una virtud... ¡Éste debería saberlo! ¡Ciento veintitrés años en este plano mortal en busca del caudillo! Tanto tiempo... y ahora aparece de pronto.
Galeona miró a su alrededor, escudriñó las sombras, en busca de alguien en particular. Finalmente lo encontró en una esquina lejana de la tienda, una forma oscilante, forma de insecto, que sólo resultaba visible para aquellos que miraban con verdadera atención.
--¡Guarda silencio! ¡Alguien podría escucharte!
--Nadie oye cuando éste así lo quiere --dijo la voz áspera--. Eso lo sabes bien, humana...
--Entonces acalla tu voz por bien de mi cordura, Xazak --la hechicera de oscura piel miró fijamente la sombra pero no se le aproximó. Después de todo este tiempo, todavía no confiaba por completo en su constante compañero.

--Cuan tiernos los oídos de los humanos --la sombra cobró más forma; ahora parecía un insecto específico, una mantis religiosa. No obstante, una mantis como aquella hubiera tenido dos metros y medio, si no más--. Cuan suaves y frágiles sus cuerpos...
--Será mejor que no hables de esa manera...
Un sonido bajo, quitinoso se extendió por la tienda. Galeona apretó los dientes, sabiendo que a su compañero no le gustaba recibir reproches. Xazak se aproximó con movimientos sinuosos.
--Háblale a éste de la visión que habéis compartido.
--Ya lo viste.
--Pero éste querría oírlo de ti... por favor... complácele.
--Muy bien --tras respirar profundamente, describió con tanto lujo de detalles como le fue posible al hombre y la armadura. Seguramente Xazak lo había visto todo pero, por alguna razón, el imbécil siempre le pedía que le contara las visiones. Galeona trató de acelerar las cosas ignorando al hombre casi por completo y prestando más atención a la propia armadura y al paisaje que se distinguía a duras penas al fondo.

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