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sábado, 11 de junio de 2011

El campesino y el señor feudal

El granjero, sin levantar la cabeza, se quitó del medio con rapidez para que el señor pudiera pasar sin molestarse en rodear su cuerpo prosternado. Dos esperanzas albergaba su temeroso corazón. La primera era que al señor no le pareciera ofensiva su sencilla tina de campesino. Desde el momento en que había llegado, su esposa y su hija la habían frotado hasta lastimarse las manos para dejarla impecable. Elevó una silenciosa plegaria al Buda Amida para que estuviera lo suficientemente limpia.

Su segunda esperanza era que el señor, acostumbrado a las legendarias cortesanas de Edo, no se interesara por su hija de quince años, que empezaba a florecer como mujer y era considerada la belleza del pueblo. En ese momento, deseaba que fuera tan fea como la hija de Muko. Ofreció pues otra plegaria silenciosa al Buda Amida, pidiendo al Compasivo protección y piedad para superar aquella angustiosa noche.
Fuera de la casa, el hijo más joven del granjero, empapado en sudor, limpiaba y alimentaba a los cuatro caballos de los invitados bajo la atenta mirada de Taro. No había comida adecuada para las monturas de un señor, por lo que había tenido que correr hasta la aldea vecina a rogarle al jefe local que le diera heno.

Regresó con un fardo de unos veinticinco kilos sobre la espalda. Deseó que su hermano mayor, Shinichi, estuviera allí para ayudarlo. Pero el muchacho había sido enrolado en el ejército del señor Gaiho un mes antes. ¿Quién sabía dónde estaría o cuándo regresaría a casa? La guerra era inminente, todo el mundo lo decía. Guerra contra los extranjeros. Guerra entre los partidarios del sogún y sus enemigos. Guerra internacional y guerra civil al mismo tiempo. Morirían miles, cientos de miles, o incluso millones de personas. Quizá Shinichi estuviera más seguro en el ejército que ellos en la granja. Genji salió de la casa. El muchacho cayó de rodillas y enterró su rostro en el polvo.
Hidé y Shimoda hacían guardia ante el cuarto de baño. Genji encontró dentro a la esposa y la hija del granjero. Ellas también estaban de rodillas, poco menos que besando el suelo. Tal como le ocurriera al granjero, sus cuerpos temblaban de miedo. De haber sido Genji un diablo no habrían estado más asustadas. Aunque pensándolo bien, ¿qué diferencia había entre un diablo y un señor para un granjero?

Genji advirtió que a una de las mujeres se le escapaba un sollozo. Sin mirar, supo que se trataba de la madre. La mujer daba por sentado, lo cual no hubiera sido extraño, que les exigiría que lo ayudaran en el baño, que repararía en la nubilidad de su hija y que se la llevaría a su cama para pasar la noche. Eso, si era de natural paciente. Si no, podría tomarla allí mismo, en el suelo, antes incluso de asearse.

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