LITERATURA PARA TODOS

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viernes, 10 de junio de 2011

¿Le temes a la oscuridad?


-Érase una vez un niño que se llamaba Carlitos.
-¿Como yo?
-Como tú.
-Era yo.
-Sí, eras tú.
-¿Qué hacía?
-Ahora te lo cuento.

En este diálogo clásico entre madre e hijo hay la primera explicación de aquel bellísimo «imperfecto» que los niños usan para iniciar un juego:

-Yo era el policía, y tú te escapabas.
-Tú gritabas...

Es como un teloncillo que se alza al inicio del espectáculo. Creo que nace directamente del pretérito imperfecto con que comienzan las fábulas: «Érase una vez...». (Véase: Un verbo para jugar).

Todas las mamás acostumbran a explicar a los niños historias de las que ellos mismos son los protagonistas. Esto corresponde y satisface a su egocentrismo. Pero las mamás le dan también un fondo didáctico...

-Carlitos era un niño que derramaba la sal... que no quería tomar su leche... que no quería dormirse...

Es un crimen utilizar el imperfecto de las fábulas con un sentido sermoneador e intimidatorio. Es casi como utilizar un reloj de oro para hacer agujeros en la arena.

-Carlitos era un gran viajero, daba la vuelta al mundo, veía los monos, y leones...
-¿Y el elefante, lo veía?
-También el elefante.
-¿Y la jirafa?
-También la jirafa.
-¿Y el borriquito?
-Ciertamente.
-¿Y después?

Así me parece mucho mejor. El juego da mucho más de sí si nos servimos de él para colocar al niño en situaciones agradables, para hacerle realizar empresas memorables, para presentarle un futuro de satisfacciones y compensaciones, contándoselo como una fábula. Sé bien que el futuro no será casi nunca bello como una fábula. Pero no es esto lo que cuenta. Mientras llega, es necesario que el niño haga provisión de optimismo y de fe para enfrentarse a la vida. Y además, no debemos descuidar el valor educativo de la utopía. Si no tuviésemos esperanza, a pesar de todo, en un mundo mejor, ¿de dónde sacaríamos el valor para acudir al dentista?

Si el Carlitos real tiene miedo de la oscuridad, el Carlitos del cuento no lo tenía. Hacía aquello que ninguno tenía el valor de hacer. Iba allí a donde nadie tenía el valor de ir...

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