LITERATURA PARA TODOS

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sábado, 11 de junio de 2011

Extracto del jugador de Dostoyesky

En la promenade, como aquí la llaman, esto es, en la avenida de los castaños, tropecé con mi inglés.
¡Oh, oh! dijo al verme , yo iba a verle a usted y usted venía a verme a mí. ¿Conque se ha separado usted de los suyos?
Primero, dígame cómo lo sabe pregunté asombrado . ¿o es que ya lo sabe todo el mundo?
-¡Oh, no! Todos lo ignoran y no tienen por qué saberlo. Nadie habla de ello.
¿Entonces, cómo lo sabe usted?
Lo sé, es decir, que me he enterado por casualidad. Y ahora ¿adónde irá usted desde aquí? Le tengo aprecio y por eso iba a verle.
Es usted un hombre excelente, míster Astley respondí (pero, por otra parte, la cosa me chocó mucho: ¿de quién lo había sabido?) . Y como todavía no he tomado café y usted, de seguro, lo ha tomado malo, vamos al café del Casino. Allí nos sentamos, fumamos, yo le cuento y usted me cuenta.

El café estaba a cien pasos. Nos trajeron café, nos sentamos y yo encendí un cigarrillo. Míster Astley no fumó y, fijando en mí los ojos, se dispuso a escuchar.
No voy a ninguna parte empecé diciendo . Me quedo aquí.
Estaba seguro de que se quedaría dijo mister Astley en tono aprobatorio.
Al dirigirme a ver a mister Astley no tenía intención de decirle nada, mejor dicho, no quería decirle nada acerca de mi amor por Polina. Durante esos días apenas le había dicho una palabra de ello. Además, era muy reservado. Desde el primer momento advertí que Polina le había causado una profunda impresión, aunque jamás pronunciaba su nombre. Pero, cosa rara, ahora, de repente, no bien se hubo sentado y fijado en mí sus ojos color de estaño, sentí, no sé por qué, el deseo de contarle todo, es decir, todo mi amor, con todos sus matices. Estuve hablando media hora, lo que para mí fue sumamente agradable. Era la primera vez que hablaba de ello. Notando que se turbaba ante algunos de los pasajes más ardientes, acentué de propósito el ardor de mi narración. De una cosa me arrepiento: quizá hablé del francés más de lo necesario...
Míster Astley escuchó inmóvil, sentado frente a mí, sin decir palabra ni emitir sonido alguno y con sus ojos fijos en los míos; pero cuando comencé a hablar del francés, me interrumpió de pronto y me preguntó severamente si me juzgaba con derecho a aludir a un terna que nada tenía que ver conmigo. Míster Astley siempre hacía preguntas de una manera muy rara.
-Tiene usted razón. Me temo que no respondí.
-¿De ese marqués y de miss Polina no puede usted decir nada concreto? ¿Sólo conjetura?

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